Ian O’Connell no cree en el amor que plasma en sus novelas,
es cínico, mujeriego e infiel. Sin embargo todos tenemos la horma para nuestro
zapato y conoce a Elizabeth Salaya, una mujer misteriosa que poco a poco se convertirá
en su musa y más tarde en una obsesión. Lo que no sabrá encajar es que le paguen
con la misma moneda, que una y otra vez, ha usado con las mujeres. Se verá preso
de sus propios sentimientos, incapaz de luchar contra ellos, ni contra
Elizabeth.
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Lo primero que destacaría de la novela es el otoño, una
estación que acompaña a los protagonistas en buena parte de la novela, en
diferentes fechas, en diferentes circunstancias. El otoño de Cristal Lake es el
testigo del inicio de la relación platónica entre Elizabeth y Ian, pero también
será el escenario de la parte más desgarradora. Los paisajes que la autora
describe son evocadores, avivan la imaginación y no cuesta nada olor, sentir y
ver el otoño.
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Después vienen los personajes. Ian es un protagonista atípico,
primero porque escribe novelas de amor, dato cuanto más irónico ya que es
incapaz de amar (o eso cree al inicio de la novela); segundo porque es todo lo
que una mujer puede anhelar, pero también odiar: es guapo, arrollador, sin
embargo las ama y las usa a su antojo, las engaña y encima se justifica, como
es el caso de su novia Audrey. Lo que hace atractiva esa imagen de hombre
despiadado con el sexo femenino es que cuanto más alto llegue su ego, más
dolorosa será la caída, y es lo que le sucede cuando una mujer le devuelve la
pelota haciendo lo que siempre ha hecho él mismo: usa y tirar.
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Frente a un personaje tan carismático, Elizabeth puede
parecer en un inicio que no da la talla, demasiado frágil, pero es cierto que
trasmite un misterio que engancha. Tras las primeras apariciones, la pregunta
obligada es: ¿Quién es? Después inicia una lucha contra ella misma y sus
sentimientos, en un marco donde cualquier desliz puede convertirse en un escándalo.
Lo que no me ha quedado muy claro es la relación entre Elizabeth y Stephan, muy
ambigua. Me habría gustado saber más de ellos, entender más su situación.
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Es interesante que el protagonista masculino lleve todo el
peso de la novela. No es frecuente que en una historia de amor sea el hombre el
personaje relevante, el que tira de la novela. En este caso, al ser Ian como es,
y caminar por ese sendero sin retorno que supone enamorarse como no lo ha hecho
nunca, hace de Donde siempre es otoño sea una novela diferente; nos muestras
las diferentes facetas del amor, desde el más egoísta hasta el más
desinteresado. Y no es únicamente por Ian, en la novela hay otros personajes
interesantes que dan forma a todas esas caras del amor, como Edgar, amigo de
Ian, Audrey, Stephan. Cada uno aporta su percepción de lo que es amar.
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No obstante, y para mi gusto, lo más importante, lo que hace
que Donde siempre es otoño sea una magnífica novela es el estilo de la autora,
las emociones que borda con maestría. Su historia es un cúmulo de emociones que traspasan las páginas: amor,
pasión, desengaño, odio, rencor, perdón. Es un conjunto de sentimientos que no
nos da una tregua hasta el final. Y para dar un marco perfecto a sus escenas, a
esos personajes que nos conmueven, están esos paisajes, ya sean urbanos o
naturales. Una escena perfecta es, por ejemplo, Elizabeth recibiendo con los brazos abiertos la lluvia de Baltimore.
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Me ha parecido un dato curioso que, como escenario para esa
historia de amor, la autora haya elegido una campaña electoral en Estados
Unidos, cuando todo parece una olla a punto de irrupción, con los nervios a
flor de piel. Habitualmente siempre ambienta sus novelas en España.
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Me ha gustado mucho, he disfrutado de principio a fin; me ha
encantado la faceta humana que Ángeles Ibirrika ha prodigado a sus personajes,
personas con imperfecciones, que aprenden a base de errores.
Sin duda, la
recomiendo.